Bloguera: Laura Mora
La reciente elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha traído consigo una ola de restricciones migratorias y una creciente criminalización de la migración, especialmente hacia las personas de América Latina. Nos encontramos nuevamente ante una era de estratificación de las nacionalidades, donde se exaltan rasgos físicos y antecedentes considerados «superiores».
Se olvida que la humanidad ha migrado desde sus inicios. Es parte de nuestra naturaleza; somos seres en constante movimiento. Nos desplazamos para vivir.
Las fronteras son un invento relativamente reciente, surgido con la teoría del Estado-Nación, en la que se hace necesario delimitar políticamente los territorios que corresponden a cada país. ¿A quiénes consultaron para trazar estas fronteras? ¿No es curioso que compartamos costumbres entre regiones de diferentes países?
La cultura, la gastronomía, la danza y los ríos no se limitan a los mapas; se comparten. En los llanos, esto ocurre constantemente. ¿Alguna vez hemos pensado en cómo el río Orinoco cruza Venezuela y Colombia? ¿Acaso el río distingue qué pueblo baña con más fuerza? No.
¿Qué hay de la discusión sobre la arepa? ¿No nos hemos sentado, venezolanos y colombianos, a disfrutar de una arepa juntos? ¿Alguno de los que me leen ha dejado de disfrutar «Como no voy a decirlo» de Luis Silva por ser venezolano? No, por el contrario, decimos «La música de mi tierra», porque lo es. Es NUESTRA. Las fronteras no separan las arpas, ni el sabor de la arepa, ni un buen pescado de río, ese mismo que nada en Venezuela y es pescado y cocinado en Colombia con la misma sazón que algunos kilómetros atrás. Son más los rasgos que compartimos que los que podrían dividirnos.
Es hora de reflexionar, partiendo del ejemplo de nuestra región de los llanos orientales, donde ni las fronteras pueden separar las llanuras. No se puede. Somos un mismo pueblo, con banderas casi idénticas.
Así como nuestros antepasados no tenían muros ni mapas, lo que los movía era su región, su pueblo y lo que los unía. Hoy, debemos permitir que nos mueva, igualmente, cada hermana y hermano migrante que es rechazado y maltratado por una frontera. Les invito a vivir allá donde las fronteras no separan: la cultura, la música, la comida, el pueblo.
Fotografía de: Razón Pública