Miravalle
Para llegar a San Vicente del Caguán hay dos formas, desde Neiva se toma una trocha que difícilmente transita una cuatro por cuatro en invierno y que es la más corta o se puede continuar la carretera que de Florencia sale por el sur oriente (la misma por la que veníamos transitando). Esta vía es larga y atraviesa varios municipios, cada uno con sus dinámicas sociales que lo hacen singular, así como con sus aún inexploradas maravillas naturales; el Caquetá es una tierra de cascadas, naturaleza y paisajes que deleitan los ojos, cada pueblo en el camino tenía su atractivo natural al que sus habitantes frecuentan cada que la ocasión lo permite. Tantos lugares por visitar retardaron un día la llegada al siguiente centro poblado, pero ¿Qué sería del viaje si no se disfruta el camino?
San Vicente no es nada de lo que esperaba, por todo lo que veía en los medios de comunicación me imaginaba un pueblo abandonado, sin mucha comodidad, más bien rústico. Sin embargo, es el segundo municipio más grande del Caquetá. Sus vías están atestadas de vehículos, el comercio abunda y en una amplia gama, tanto así que, se encuentran distribuidores oficiales de las navajas Victorinox y varias marcas de trabajo de campo. Pero quizá, lo que más me pudo cautivar y que nunca imagine ver acá fue un centro comercial en el centro del pueblo dotado de un restaurante de alta cocina.
Decir que el camino hacia el ETCR era largo es quedarse corto de palabras. Desde San Vicente nos tomó aproximadamente 3 horas en las que no se deja de subir montaña y el paisaje se va cubriendo de neblina. De igual manera, cada paso que se daba parecía que era un paso que se alejaba más de la institucionalidad y que adentraba en un territorio controlado por los grupos disidentes, donde estos controlan desde el más mínimo detalle hasta el aspecto más trascendental. Su poder no se evidencia de manera explícita, pero se hacen sentir con los grafitis que tienen sus siglas, las vallas que les hacen alusión y el silencio o desconfianza de la gente para hablar.
Como raro, a Miravalle también llegamos de noche, en la entrada por donde se deriva desde la principal nos esperaba un firmante de la paz que ahora se dedicaba al oficio de guardaespaldas con la UNP (1) . El camino era aún más complejo que el de Agua bonita y aún sin poder ver mucho por la oscuridad, lo que quedó en evidencia, era que el centro poblado quedaba en medio de un filo, una ubicación que no parecía la ideal para la construcción de viviendas, pero que luego se nos explicaría que fue decisión del Paisa (2) , quien lo decidió como un punto estratégico, en donde se pudiese tener visión de lado y lado.
En este ETCR nos recibió Ismael, un combatiente ya entrado en años y que con una sincera hospitalidad quiso mostrarnos los distintos proyectos en que venían trabajando los firmantes para este centro poblado. Sin duda, uno de los propósitos más divulgados y que generaba más intriga, era el de turismo extremo. En el pato los farianos se habían creado el plan de hacer turismo mediante el rafting, un deporte que habían practicado de manera empírica en sus años de lucha y del que ahora, podían disfrutar y sacar provecho. También nos dio un recorrido por el que se proyecta a ser un museo de lo que fue las FARC, donde se muestra al turista cierto material de guerra que se usó, cartillas en las que se basaba su estudio y un salón con los rostros de los guerrilleros ilustres que fallecieron.
Ismael se mostraba muy abierto a hablar. Si bien el hospedaje y el paisaje no era tan rico en colores y con las comodidades de Agua bonita, siento que este espacio se prestó para interactuar con los firmantes y conocer más de su trasfondo. Ismael estaba ansioso por contar su vida, le gustaba recibir visitas y sin necesidad de picarle la lengua pudimos conocer su historia.
Nació en chaparral Tolima, una tierra que desde la colonia ha tenido historia insurgente, su padre había sido guerrillero liberal en la época de la violencia y sus hermanos pertenecieron al M19. Este contexto siempre lo tuvo muy cercano al mundo subversivo y también lo hizo objetivo a él y su familia por parte de las fuerzas del Estado.
Según cuenta, la persecución que sufrió su familia fue muy intensa. A pesar de que sus hermanos no vivían en casa y que los días de armas de su padre habían quedado atrás, el ejército y los paramilitares siempre los increpaban por ser reconocidos como guerrilleros o auxiliadores de la guerrilla. Cada día la situación se hacía más tensa y las amenazas no dejaban de llegar, hasta que finalmente la gota que colmó el vaso.
“Amiguito a uno le da mucha rabia, porque es que imagínese esto, yo que voy llegando a la casa y me encuentro con el portón abierto y las bestias por fuera. Apenas me asomo lo primero que veo es el cuerpo del viejo (3) ahí lleno de agujeros como si hubiesen matado un marrano. Después de eso dije no ni por el putas me quedo acá, yo quería irme con mis hermanos y cobrar venganza, pero ellos estaban lejos y ni sabía si seguían con vida, yo era un sute, tenía 14 años y lo único que se me ocurrió fue pedir ingreso a las FARC.
Yo no veía otro futuro, que estudio ni que ocho cuartos yo quería era matar esa gente. Pero de entrada eso fue lo primero que me dijeron, que aquí el que entraba con ganas de venganza la embarraba de primeras, al fin me fui tranquilizando y me dieron entrada un año más tarde.”
Hoy por hoy, Ismael recuerda con gracia y tristeza varios episodios de su vida guerrillera. Es un arcoíris de emociones según cuenta, pero la tranquilidad que tiene hoy en día no la cambia por nada. En el centro poblado pudo hacer vida de pareja, ya los años no le daban más chance de seguir con el rigor y tensión de la guerra, ahora su tiempo lo dedicaba a su compañera, su pequeño perro y a potenciar Miravalle como un destino que pueda recibir turismo para dar a conocer experiencias de deporte extremo o la historia de su lucha.
Conclusiones
Si algo parecieran tener en común toda la gente con la que pude conversar es el haber sufrido la guerra en primera instancia, haber perdido padres, madres, hermanos o cualquier ser amado es casi que un elemento común en las historias de los guerrilleros (y quizá de la mayoría de los colombianos). Con esto no pretendo justificar la violencia que han ejercido, todas las víctimas duelen y no hay un dolor mayor que otro. Pero si creo que es importante resaltar que Colombia ha vivido un espiral de violencia que termina por alimentarse de sí misma.
Con estos proyectos de los ETCR pareciera que hay una forma, una alternativa de acabar con este ciclo de muerte e historias que tristemente se han vuelto la cotidianidad de muchas personas en Colombia. Los ETCR pueden ser este proyecto que se convierta en una luz para muchos individuos, no solo guerrilleros, también para sus familias que, por diversas razones no pudieron acceder a las distintas ofertas que solo un pequeño porcentaje de colombianos puede acceder.
Creo que aquí, es donde entra en juego el papel del resto de Colombia, de la Colombia que vivió el conflicto desde el televisor o desde un discurso de guerra que al día de hoy es obsoleto. Como sociedad nos corresponde aportar a estas iniciativas de paz, no olvidando, sino conociendo, estableciendo puentes y apoyando el crecimiento de las regiones, para que estas personas que antes empuñaron armas, al día de hoy se sientan acogidas y puedan ser elementos activos en una sociedad que avance hacia una paz estable.
El temor es que, si una vez más estas comunidades de la periferia terminan siendo excluidas del proyecto nacional, se vuelva a repetir el ciclo de violencia, aquí el Estado colombiano tiene una gran responsabilidad al incluir a estos territorios y gentes a la institucionalidad y al Estado social de derecho.
No obstante, no es solo el Estado quien debe ahondar sus esfuerzos. La sociedad colombiana del centro del país, debe permitirse conocer y establecer puentes con la periferia, quitándose el velo de la guerra que solo permite ver amigos o enemigos y estableciendo relaciones que cohesionen el país. Pues de lo contrario reincidiremos en el error de aislar y segregar, brindando como única oportunidad la ilegalidad que no titubea al aceptar gente en sus filas. De todos depende que individuos y familias que hoy apuestan por la paz, sigan en este camino y que como país podamos pasar la página.
Al momento que escribo esto, julio de 2024 es noticia cómo esta comunidad de Miravalle se vio obligada a dejar su ETCR por el recrudecimiento bélico que está teniendo este territorio. Todos los firmantes que allí se encontraban tuvieron que desalojar e ir a buscar un nuevo asentamiento. Esto es una muestra de que el riesgo es real. Si la paz no se cuida y se defiende, todos estos proyectos quedarán siendo solo un recuerdo de lo que pudo ser un proyecto para construir país.
La invitación es a todos, a derrumbar los muros y permitirnos conocer esta cara oculta de Colombia, a exigir a la sociedad que vele por los derechos de todos y que podamos entender que, si permitimos que se recaiga en este ciclo de violencia, serán nuestros hijos y nietos quienes nos juzguen en un futuro como sociedad por ser cómplices pasivos de la violencia.
Referencias
(1)Unidad nacional de Protección
(2) Comandante de las FARC
(3) Padre