Educar-se: No para adoctrinar y si para transformar

Escrito por: Sara Villa

El auge de las nuevas tecnologías ha significado un avance en materia educativa. En la Orinoquia, por ejemplo, con las inversiones realizadas por el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTic), se consolidaron los Puntos Vive Digital como vehículo para romper la brecha en escuelas comunitarias. Esto sin duda ha permitido el acceso a una cantidad ilimitada de información en un lapsus corto de tiempo. Sin embargo, la dependencia que ocasionan en las nuevas generaciones estas tecnologías también las desconecta de las formas tradicionales de aprendizaje, limitando su forma de entender y cuestionar el mundo. En otras palabras, las nuevas tecnologías han debilitado el arraigo hacia el aprendizaje desde los saberes populares y ancestrales que emergen desde las mismas comunidades locales.

Aclaro que esta crítica no se fundamenta únicamente en el uso desmedido de las TIC y la IA; más bien, utilizo este contexto como punto de partida para afirmar que estas herramientas no tienen ningún poder sobre la racionalidad humana. El acto de aprender hace parte de un proceso de autoconstrucción en el cual la formación no solo depende de un agente externo, sino también de la voluntad propia de capacitarse en cualquier campo del saber.

En la Orinoquía como en cualquier lugar del mundo, la educación no puede reducirse a la enseñanza magistral, en la que el maestro, influenciado por un modelo educativo basado en la acción-reacción, imparte a los estudiantes conocimientos a través de la repetición mecánica. Impartir conocimientos a los estudiantes como si fuesen “recipientes vacíos”, educar con la intención de “llenar dichos recipientes” mediante la repetición mecánica (Freire,1970), son las características de este modelo. ¿Recuerda cómo le enseñaron la tabla periódica, las tablas de multiplicar y las normas de conducta? Nos educaron para creer que somos el producto de la escuela, pero en realidad, también somos el reflejo de la historia del lugar donde nacimos, de los saberes transmitidos por nuestros taitas y del lenguaje popular, muchas veces desvalorizado por la escuela.

El conocimiento no solo se adquiere, pues también se construye en la interacción con lo heredado. Es decir, cuando el padre le enseña a su hijo a distinguir las plantas medicinales, como el uso del Ñame de Monte para dolores musculares y el Matarratón para bajar la fiebre, e imposible no mencionar cuando el abuelo se monta en su jinete cargando su nieto, mientras recorren las llanuras cantando con todo el sentimiento las tonadas de cabrestero. Son estos los saberes que trascienden los pupitres de un salón de clases, que trascienden las pantallas de las nuevas tecnologías, quienes también construyen memoria colectiva.

Llegados a este punto, entendemos que el aprendizaje va más allá de la enseñanza escolar y tecnológica, porque la construcción de conocimiento también está influenciada por los aspectos socioculturales que nos rodean. La educación se encuentra en una encrucijada entre la reproducción de los modelos occidentales, la revalorización de las experiencias y la cultura propia de cada región. En ese orden de ideas, necesitamos diseñar nuevos modelos de enseñanza que mitiguen la tensión entre el conocimiento tradicional, las nuevas tecnologías, el saber popular y ancestral.

Esa tensión puede ser superada desde lo que se denomina la educación transformadora. Este modelo es clave puesto que promueve, por un lado, que nos desarrollemos como personas críticas, y que tengamos el poder y la capacidad de utilizar las herramientas tecnológicas y socioculturales para no depender del sistema. Una educación transformadora es la que fomenta el pensamiento autónomo y permite a los estudiantes tomar decisiones informadas, así como tomar una postura frente a los desafíos de su entorno. Enseguida es evidente la necesidad de revolucionar el papel de la escuela, cuestionando su función como un ente homogeneizador. Cuando la educación se estructura de manera vertical, tiende a ser partícipe de una doctrina en lugar de formar. Para superar esto la educación transformadora sugiere, por otro lado, cambiar el enfoque hacia una educación horizontal cuyo propósito sea crear sujetos activos en los procesos de aprendizaje, y sobre todo reflexivos ante las realidades sociales y políticas que nos afectan como ciudadanos.

Querido lector, le planteo una pregunta con el fin de entretejer nuestros puntos de vista en este análisis crítico; ¿Alguna vez conoció una persona con temor de hablar en público?, o ¿una persona a la que le cuesta recordar los textos o temas aprendidos? Es común encontrar personas que, en razón de estas dificultades, enfrentan emociones de culpa o vergüenza. Sin embargo, más que un reflejo de sus capacidades individuales, estos problemas están relacionados con los métodos utilizados en su proceso educativo.

El desafío es claro: Potenciar el saber popular sin satanizar el uso de herramientas y de modelos occidentales. La educación libertaria es uno de los caminos para convertir de nosotros, de nuestros hijos y nietos sujetos capaces de discernir y de cuestionar para transformar. No se trata de rechazar las innovaciones ni juzgar a los maestros que dedicaron su vida a enseñar a las generaciones, sino de comprender que no podemos cambiar el sistema educativo si primero no cambiamos nuestra forma de pensarnos el acto de educar y educar-se.

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