Bloguera: Leni Murcia Naranjo
La soberanía alimentaria es uno de los temas de mayor discusión en la actualidad, cuya primigenie son las semillas que representan la forma básica de la comida que cada día se sirve en nuestras mesas. Sin embargo, para comprender por qué la soberanía alimentaria tiene enemigos poderosos y millonarios, se debe exponer el “negocio oscuro y turbio” de empresas multinacionales que concentran en sus manos el mercado de las semillas.
Para conocer a fondo el tema, vamos a hablar de patentes. Una patente es un título de propiedad industrial que se otorga para proteger una “invención”, de este modo, cuando hablamos de semillas afirmamos que “el dueño de la patente tiene derecho exclusivo a plantar, cultiva y vender el producto” (ONU, 2024).
Un ejemplo que Judith Düesberg entregó a la ONU fue la manzana con puntos rosados. Imaginemos por un momento que un campesino planta árboles de manzanas rojas, con semillas nativas sin hacer compra a empresas de este insumo, pero un día encuentra una manzana con puntos rosados en su árbol. El problema en este caso es que las manzanas con puntos rosados tienen patente así que el campesino será demandado por una multinacional. Por supuesto ¿Qué culpa tiene el campesino de la mutabilidad natural de los genes de las plantas? Ninguno. Pero la patentabilidad defiende el material genético y minimiza la biodiversidad, por ende, las empresas pueden intimidar a los campesinos a partir de acciones jurídicas.
Hace algunos años, la empresa Monsanto descubrió que una variedad de melón originaria de la India tenía una resistencia natural a un virus. La multinacional se aprovechó y obtuvo una patente sobre esta variedad de fruta en la Oficina Europea de Patentes, a pesar de que no fue su hallazgo ni invención, sino la mutabilidad natural de las plantas y semillas ancestrales. A este caso en particular, se le catalogó dentro de la “biopiratería” por la apropiación de recursos naturales y conocimientos tradicionales.
A propósito de la biopiratería, sucede cuando las grandes empresas y los gobiernos de los países más poderosos del mundo toman para sí los recursos biológicos y los saberes ancestrales de las comunidades indígenas y campesinas, de esta forma, se produce privatización de la riqueza natural y cultural que históricamente ha pertenecido a estos pueblos. Este accionar, se entiende como despojo y apropiación indebida de la biodiversidad, cuya principal manifestación es la monopolización de semillas, recursos y conocimientos.
Lamentablemente, en la mayoría de los países de América Latina, se considera que el conocimiento tradicional de los pueblos indígenas y campesinos se trata de forma laxa, como un recurso de libre acceso, lo que propicia la explotación sin compensación por parte de nacionales y extranjeros, así las cosas, la falta de regulación, de control y la normatividad flexible es aprovechada para la biopiratería.
Por tan solo mencionar algunos de los casos más emblemáticos de litigios sobre propiedad intelectual de especies biológicas están: la ayahuasca, la maca, el jazmín, la quinua y el yacón. Irónicamente, el abusivo uso de las patentes es permitido por los países poderosos y millonarios del mundo cuyos actos de dominación continúan ejerciéndose sobre los demás pueblos, lo que demuestra una vez más la influencia política y económica que estructura al mundo.
Entonces, ¿Quiénes son los dueños de las semillas? la ambigüedad de las legislaciones y de los marcos de regulación de otorgamiento de patentes, no nos permite conocer la respuesta con certeza. Solo sabemos que las patentes se han convertido en artificios normativos, utilizados por empresas y grupos económicos inescrupulosos que, en busca de su propio beneficio económico, generan exclusión y expoliación a campesinos y pueblos indígenas.