Bloguera: Leni Murcia Naranjo
Hace unos días fui invitada por los campesinos y campesinas de la Vereda Curubital de Usme para conocer sus proyectos productivos que tienen como propósito la soberanía alimentaria. La finca en la que fui recibida es dirigida por Gloria Mendoza, una mujer cuyo trabajo se enfoca en procesos agrarios que permiten la autonomía económica de su familia y de otros campesinos.
Llegar a la zona rural de Usme fue reconocer el legado campesino que existe en Bogotá, a medida que avanzábamos en la carretera se hacían visibles las historias de luchas, saberes e identidades de una población que se niega a desaparecer en medio del tumulto, las moles de cemento y la cultura urbana.
La ruralidad de Usme y Sumapaz me recordó que Bogotá convive con actividades agrarias como la producción de alimentos, el cuidado, cría y levante de animales para consumo, la protección del medio ambiente (incluyendo la laguna de Chisacá, el Páramo de Sumapaz, la cuenca del río Tunjuelito, los ríos Chisacá, Mugroso y Curubital, la microcuenca de la quebrada Yomasa, la microcuenca de la quebrada Fucha, las lagunas La Larga, La Garza y Negra) y el ordenamiento territorial marcado por el sistema de áreas protegidas como las zonas de reserva forestal distrital, la reserva forestal nacional -que actualmente es el bosque oriental de Bogotá-, los tres parques ecológicos distritales, el parque nacional natural y diferentes corredores de restauración.
En mi llegada a la finca “La Cabaña”, fui recibida por Diego Orjuela junto con su hermosa manada de perros, que son los centinelas de las propiedades y que alegres -moviendo su cola-, nos acompañaron para recorrer los diferentes puntos adaptados para el turismo rural, entre ellos, las trucheras, el modelo de cunicultura (cría y cuidado de conejos), de avicultura (cría y cuidado de gallinas) y ovinocultura (cría y cuidado de ovejas), el sistema de ordeño de bovinos, el levante de terneros – a los cuales se les alimenta con teteros gigantes-, y el compromiso con la adopción y recuperación de la salud de unas llamas silvestres -que fueron rescatadas por el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal IDPYBA del maltrato que sufrieron en la Plaza de Bolívar y, posteriormente, entregadas a campesinos que se comprometieron a brindarles condiciones adecuadas de vida-.
Por supuesto, vivir la experiencia campesina también me permitió visitar los cultivos de arveja y habas, así como la huerta donde se cultivan verduras, legumbres, fresas y plantas medicinales. Recorrer este lugar para conectar con la tierra y con los alimentos ha sido la apuesta de esta familia campesina, que reconoce la importancia de la soberanía alimentaria, no solo para ellos sino para quienes les rodean, de esta forma vinculan a jóvenes y mujeres en trabajos que les garantizan ingresos dignos y que cambian la forma de percibir el turismo rural.
Hoy en día, hablar de soberanía alimentaria cobra mayor relevancia, no solo por la capacidad de las comunidades para controlar su propio sistema alimentario y evitar la dependencia de la agricultura industrial, sino porque se apela por el derecho que tenemos a conocer el origen de lo que se consume y el acceso a alimentos de calidad a un precio razonable.
La soberanía alimentaria también nos invita a priorizar la producción local, a continuar la lucha para que los campesinos tengan realmente acceso a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito, nos convoca al cuidado del ambiente y de los modos de vida de las comunidades y a interpelar a los gobiernos distritales, municipales y nacionales a definir nuestra política agraria y alimentaria para evitar el dumping .
Mi día viviendo con los campesinos de Usme estuvo marcado por la generosidad de sus habitantes, quienes me ofrecieron en el restaurante “El Rancho Boyacense” una serie de delicias como trucha al ajillo, papas saladas, arepas quesudas, cocido boyacense, fiambre, cuajada, envueltos, y siempre un tinto caliente para largas conversaciones en torno a la pregunta ¿Cómo se vive en el campo?
Gloria, Diego y su familia le apuestan al turismo rural y a las actividades del modelo económico campesino, ellos tienen claro que el turista debe salir convencido de la importancia del sector agrario, por eso, evocan constantemente en medio de sus charlas, los sentimientos que despierta el lugar, la armonía en el territorio y la promoción de los valores campesinos como la fraternidad, solidaridad y trabajo digno.
Definitivamente, los campesinos de Usme son un ejemplo de soberanía alimentaria y de las identidades rurales que se entretejen en Bogotá.
Agradecimiento especial a los propietarios de la Finca “La Cabaña” por su generosidad.