una oportunidad para encontrarnos de nuevo

Huertas comunitarias: una oportunidad para encontrarnos de nuevo

Escrito por: José Nicolás García Oros

Fotografía de: José Nicolás García Oros

El otro día estaba paseando a mi perro por mi antiguo barrio y me pregunté – qué tanto habrá crecido la huerta comunitaria en la cual había plantado unas semillas de tomate hace unos cuantos años-. Me acerqué al lugar donde antes había solo cajas viejas de madera y dos o tres plantas y para mi sorpresa encontré algo espectacular. La huerta había sido cercada y alrededor del cerco había ya pequeños árboles con frutos y plantas de maíz. Con tan bella sorpresa, pensé – sí se puede, unidos somos más – todo esto mientras me comía una uchuva recién cosechada. A partir de esta experiencia tan gratificante, me inspiré el día de hoy para traer un texto acerca de las huertas comunitarias, con la esperanza que alguno de mis lectores empiece un proyecto de estos o simplemente encuentren una huerta cercana.  

 

Las huertas comunitarias son proyectos en los cuales un grupo o una persona decide hacer uso del espacio público para plantar algunas semillas. Estas pueden ser decorativas de frutos, especias, o, mejor dicho, lo que se le antoje. Sumado a esto, lo que debe hacer es señalizarlo y poner un pequeño letrero que lo defina como huerta comunitaria. A partir de este momento, es cuando la magia empieza. Al estar en el espacio público la persona que inicia el proyecto no tiene posesión del terreno, ni de los productos de la huerta, en cambio, toda la comunidad puede decir que es de ellos. Por esto, la comunidad puede ir y contribuir, cada persona es libre de decidir que plantar, que quitar o que instalar.

 

Con esto en mente, cada persona que pase por allí tendrá una idea de qué hacer. Poco a poco y sin un plan definido las personas van dejando sus semillas y la naturaleza va haciendo su trabajo. Cada pequeña semilla que se planta va germinando o abonando para que las otras crezcan, cada pequeño trabajo que se hace para delimitar el área contribuye al cuidado de la tierra y lo más seguro es que en unos años gracias a pequeños esfuerzos se tengan frutas listas para comer.

 

Sumado a esto, las huertas comunitarias no discriminan a nadie, pueden ser una alternativa para combatir el hambre. Son espacios donde las comunidades pueden encontrar alimento de forma gratuita. También pueden ser centros de aprendizaje, donde las comunidades aprendan y repliquen, son definitivamente lugares donde el capital social crece y se cultiva para hacer comunidades mucho más fuertes.

 

En la ciudad de Bogotá donde actualmente resido la alcaldía y diversos colectivos están incentivando el desarrollo de estos proyectos. Sin embargo, los invito a que sin importar en donde estén, inicien este tipo de proyectos con sus parceros. Una huerta comunitaria es un proyecto que nace de las personas, más que un proyecto productivo, es un lugar de encuentro con su comunidad, donde el compartir con los otros se vuelve la prioridad, e incluso si les pasa como a mí que nunca me he encontrado con mis compañeros granjeros, se convierte en el lugar para renovar fuerzas y la fe en la humanidad.

 

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