Damaris Paola Rozo López[1]
Nunca me había sentado a reflexionar sobre el significado de los humedales en mi experiencia de vida. Ahora, con 28 años de edad y en retrospectiva, veo que fui permeada en buena parte de mi existencia por la idea de desarrollo de la ciudad en clave de industria, “progreso” y la profundización de aquella idea en la que el ser humano es el centro del planeta por sus capacidades lingüísticas, reflexivas y creadoras. Perspectiva que fortalece el proyecto científico del pensamiento moderno predominante basado en la separación radical entre el ser humano y la naturaleza, desde la cual se construyen e impulsan realidades basadas en que los “recursos naturales” existen en función de los deseos, intereses y “desarrollo” del ser humano.
Desde esta experiencia, en gran parte de mi vida, entendí a los humedales como barro, pastos y pantanos que deben ser remplazados por grandes y “prosperas” ciudades. Comprensión que, por supuesto, existía en mi familia, en mi comunidad y en mi localidad, y tristemente aun es la perspectiva dominante para muchos de estos grupos sociales cercanos.
Ahora bien, como humanidad nos encontramos en un paulatino tránsito hacia un cambio de paradigma que cuestiona la bases de lo que somos y cómo habitamos en el planeta. Un proceso que toca de forma cotidiana los cuerpos, las mentes y los espacios de cada ser humano tanto en zonas rurales como urbanas y que ha requerido repensar nuestras experiencias de vida en relación a nuestro contacto con la Madre Tierra en tiempos de crisis climática.
Ya no es tan claro entonces que el ser humano es el centro de un todo y que, por ello, somos independientes de los ecosistemas y biomas que han sobrevivido difícilmente a uno de los depredadores planetarios más letales: el ser humano.
Entender eso, para mí, una chica de ciudad formada por un sistema educativo nacional que fortalece la separación entre el ser humano y la naturaleza es ciertamente transformador. Esto se debe a que, en reflexión a mi actual relación con el entorno y la biodiversidad que la compone, los humedales dejan de ser un problema para el desarrollo, un obstáculo para el “progreso” y un espacio sin razón y sentido y se convierten en ecosistemas dadores de vida, altamente vulnerados por nuestras prácticas destructivas y unos posibles aliados para enfrentar la crisis climática y hacerle frente a aquella educación en clave de una visión depredadora basada en la explotación del todo, hasta de uno mismo.
La implicación de esta comprensión del mundo y la existencia es que es esencial entender hasta donde hemos llegado como humanidad. Al respecto encontramos que durante el siglo XX acabamos con el 64% de los humedales del planeta y que cada año se sigue perdiendo el 1% de estos ecosistemas. A pesar de ello, se ha estimado que aún estos ecosistemas cubren entre 748 y 778 millones de hectáreas de la superficie de la Tierra.
A su vez, entender el alcance de nuestra forma de existencia como uno de los mayores depredadores en el mundo es saber que la ganadería, la deforestación y la agricultura son las principales prácticas que van en contra de la vida y continuidad de los humedales, aunque no son las únicas. En Colombia, por ejemplo, cerca del 95% de la transformación de los humedales se debe a la actividad ganadera con un 63,7 %, la deforestación con un 15,9 % y la agricultura con un 15,3 %.
Por lo tanto, reconocer esto, ha implicado en mi vida explorar y entender que en Colombia hay tres tipos de humedales: permanentes (en los que hay un espejo de agua, que puede ser abierto y visible o estar cubierto y rodeado por vegetación), temporales (son los que aparecen en épocas de lluvia) y potenciales (tienen posibilidad de inundación). De estos tres, los temporales son los que más se presentan en el territorio colombiano, ya que ocupan casi 18 millones de hectáreas, mientras que los permanentes tienen casi 4,2 millones de hectáreas y los potenciales abarcan cerca de 8,6 millones de hectáreas.
Es maravilloso saber que una las regiones con más humedales en Colombia es la Orinoquia, ya que 15 millones de hectáreas de este hermoso y biodiverso territorio son humedales. Esto representa el 47,8% del total del país. La segunda región compuesta por estos humedales es la Amazonia con 6,2 millones de hectáreas seguida de la región de los ríos Magdalena y Cauca, los cuales tienen 5,7 millones de hectáreas.
En tiempos de crisis climática, se vuelve central conocer estas particularidades territoriales, pues los humedales funcionan como sumideros de carbono al capturar cerca del 40% de gases efecto invernadero en el planeta. En esta medida, la destrucción de estos ecosistemas evitaría la absorción de importantes cantidades de gases efecto invernadero. Es decir que se aumentaría el potencial de retención de calor en la atmosfera acelerando el proceso del calentamiento global y el crecimiento de las temperaturas.
Adicionalmente, se ha establecido que los humedales aportan en la estabilización de las costas y la regulación de la cantidad y calidad del agua, son una primera defensa de huracanes y tormentas severas, disminuyen el impacto de los vientos fuertes y son fuentes esenciales para el consumo directo. De esta forma, se resalta:
1. El humedal y su potencial para la mitigación del cambio climático y la acción de eventos meteorológicos extremos.
2. El humedal y su vulnerabilidad ante el cambio climático, ya que están expuestos a inundaciones o invasiones de agua, sequías, asentamientos humanos y a su escasa capacidad de adaptación, lo que implica daños apreciables e irreversibles en ellos, según el IPCC.
Una comprensión, aunque mínima, de los humedales, su ubicación, sus aportes y sus amenazas en el país me permite sostener que tenemos una oportunidad, en medio de la catástrofe ambiental, si protegemos y conservamos estos ecosistemas. Sin embargo, eso implica trasformaciones profundas en la manera como nos pensamos, existimos y co-existimos con los elementos vitales del planeta y con los demás seres vivos, pues ya no podemos seguir hablando de la naturaleza como un recurso en función de los intereses del ser humano. Más bien es necesario rescatar saberes e interacciones ancestrales en las que se reconoce la interdependencia e interconexión entre los animales humanos y no humanos y los elementos vitales. Solo de esa forma las políticas nacionales de protección de humedales se mejorarán, implementarán y cumplirán debidamente, cosa que no hemos visto hasta el momento de forma efectiva por la falta de consciencia sobre la relevancia de estos ecosistemas estratégicos para la vida, el equilibro y la disminución de los impactos del cambio climático.
Referencias
[1] Politóloga, Magíster en Construcción de Paz, Magíster en Derecho Internacional y estudiante de Doctorado en Derecho de la Facultad de Derecho con especialización en ambiente, derecho y género de la Universidad de los Andes en Colombia. Directora de la Fundación Grothendieck y del Observatorio Regional ODS de la Universidad de los Andes. Profesora Asistente del Semillero sobre Cambio Climático y Derechos Humanos de la Clínica Jurídica de Medio Ambiente y Salud Pública (MASP) de la Universidad de los Andes. Investigadora del Grupo de Investigación de Género y Derecho de la Universidad de los Andes. Igualmente, es líder de Biorinoquia de la Fundación Cultural Llano Adentro.
Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. (2020). Humedales y su aporte frente a los efectos del cambio climático. Recuperado de: http://www.humboldt.org.co/es/actualidad/item/1308-humedales-y-su-aporte-frente-a-los-efectos-del-cambio-climatico
Moya, Bárbaro V.; Hernández, Ana E..; y Elizalde Borrell, Héctor. (2005). Los humedales ante el cambio climático. Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/176/17612746005.pdf
Senhadji-Navarro, K.; Ruiz-Ochoa, A y Rodríguez Miranda, J. (2017). Estado ecológico de algunos humedales colombianos en los últimos 15 años: una evaluación prospectiva. Recuperado de: http://www.scielo.org.co/pdf/cofo/v20n2/v20n2a07.pdf