Escrito por: Luis Carlos Cepeda Villa
Fotografía de: Luis Carlos Cepeda Villar
¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?
— El llano en llamas, Juan Rulfo
Llegar a Los Morichales, vereda ubicada al nororiente de Paz de Ariporo/Casanare, nos tomó cerca de cinco horas de viaje desde el casco urbano de este municipio, por carretera en gran parte destapada.
Antes de arribar a aquel lugar, se debe pasar por veredas como Montañas del Totumo, punto preferido por los viajeros para refrescarse o estirar las piernas. Hasta allí (dos horas de camino), a pesar de ser zona rural, el entorno te hace sentir que la «civilización» está a la vuelta de la esquina: flujo vehicular frecuente, señal de telefonía aceptable, billares y tiendas de abarrotes, hacen del sitio una semejanza a un municipio de sexta categoría.
La cosa se torna distinta al dejar atrás el sector. La vía se vuelve de un solo carril y las casas a la orilla de la carretera comienzan a desaparecer, al igual que las líneas de energía eléctrica y los vehículos. Ya sin conexión móvil, el tiempo parece transcurrir de manera distinta a lo habitual, ni más despacio ni más rápido, solo diferente, como si hubieses atravesado una grieta temporal que te lleva de una dimensión a otra.
De pronto, observas como los montes son remplazados por matas de moriche, los espejos de agua nacen como oasis en el desierto, y el silencio, apenas interrumpido por la fuerte brisa, se vuelve una constante. Planicies interminables, marranos sabaneros paseando sus crías, venados atentos al peligro, galápagas y babillas dándose un baño de sol y aves de todos los tamaños y colores, completan el cuadro.
Aquí la frase: «El llano es un paraíso», muchas veces sobreactuada, cobra vigencia.
Mi visita a Los Morichales lastimosamente no obedecía a una excursión turística o una salida recreativa. En virtud de mi calidad como apoderado judicial dentro de un proceso policivo, debía estar presente en la audiencia de inspección ocular a realizarse en los predios objeto de litigio.
El objetivo de la inspección era constatar la perturbación a la posesión ejercida por los demandados hacia mis clientes, la cual se materializa en el impedimento de poder cercar sus fincas y luego venderlas.
Padres, hijos y hermanos se disputan a la vieja usanza el derecho a la propiedad sobre terrenos que aducen pertenecerles. Entre agresiones físicas y verbales, amenazas de muerte e intimidaciones, aquella familia transita el círculo maldito que rodea desde siempre a la tierra en Colombia: usurpación, despojo, odio y venganza.
Bajo la candela inclemente del sol de marzo, rodeado de rostros cuya piel ese mismo sol y muchos otros soles se encargaron de oscurecer, el funcionario responsable de verificar los linderos hacia su trabajo. Yo me limitaba a contemplar un gran estero que estaba cerca de nosotros, el cual, nos enteraríamos después, es una de las principales razones de aquel conflicto.
Al ser la única fuente de agua para los animales en el verano, nadie está dispuesto a perder la posibilidad de usufructuar este recurso, así toque atentar contra la integridad de una persona, sin importar siquiera si es un familiar.
Irónico, la riqueza que hace inigualable este lugar, al mismo tiempo provoca los males de quienes lo habitan.
Me pregunté entonces, porque Dios, o a quien corresponda el mérito, se tomó la molestia de crear este paraíso para luego abandonarlo, para permitir que la injusticia obre a sus anchas. Al ver el horizonte, obtuve la respuesta. Dios no lo abandonó, solo que al crear tal infinitud, no se percató de la imposibilidad posterior de verlo todo, dejando puntos muertos en los cuales bien podría el hombre cometer sus fechorías.
Revisados los linderos, y con la promesa clara oscura de los demandados de permitir cercar ciertos puntos, aguardando por el dictamen pericial y el fallo del proceso para la cerca total de los predios, emprendimos el viaje de regreso.
Esfumado el embeleso con el que llegué a Los Morichales, se me hizo tan lejano este llano a esa versión espléndida y tranquila replicada en muchas partes. Pero creo que más que lejano, es desconocido. Este llano siempre ha estado ahí: el robo de ganado, la usurpación de tierras, las corridas de cerca, presencia de grupos armados y la ley por mano propia, no son fenómenos recientes.
El llano, como la luna, también tiene su lado oscuro, ese que casi nadie ve o del que poco se quiere hablar, ese que no sale en las espectaculares imágenes publicadas en Instagram o Facebook. Es un lado agreste y recio, implacable con quien osa habitarlo, y nada indulgente ante el mínimo indicio de fragilidad.