Escrito por: Yang Nicolás Reyes
Fotografía de: Yang Nicolás Reyes
Ya hospedados en la casa de mi tía materna, nos dimos cuenta que para subsistir esta familia había organizado una pequeña cantina que contaba con una cancha de tejo y una venta de abarrotes muy reducida. Ya acomodados en el cuarto de un rancho de madera, fueron varios días de ver ir y venir campesinos de la región, quiénes llegaban a compartir en este pequeño negocio y se empezaban a acostumbrar a nuestra presencia, Así se iba regando la información de que no éramos unos aparecidos, éramos los familiares de Martha, la señora de la tienda, y esto los hizo tener una actitud más laxa, ya que recién llegados, el saludo les salía entre dientes y nos miraban de arriba abajo, pero esto se iría relajando con el tiempo.
Para el 31 de diciembre todos estos personajes que habíamos visto ir y venir a la tienda llegaron en grupo con su mejor pinta, era un día festivo y querían desconectarse de sus labores, tomar una cerveza y hacer catarsis con los demás vecinos. Viendo este ambiente de alegría, mi padre y yo pensamos que era el momento indicado para relacionarnos. A pesar de que ya se habían acostumbrado a nuestra presencia, para entrar en confianza y no vernos tan esquivos, decidimos jugar tejo y apostar la canasta de cerveza, inocentemente pensamos que podríamos tener alguna oportunidad porque al principio no parecía ser una competencia desigual. La “limpia” que nos dieron estoy seguro la recuerdan el día de hoy, los vecinos se estaban haciendo los que no sabían para que siguiéramos apostando y al final dejarnos gastando 4 canastas de cerveza.
Habiendo compartido y sintiéndonos menos extraños entre los vecinos, pudimos indagar un poco de la vida de algunos. Mientras esperábamos el turno para seguir jugando, dos hombres de una contextura delgada se sentaron a mi lado para hablar de sus motos. Con el ánimo de entrar en la conversación, pregunté la referencia de estas motocicletas y qué tal habían salido, así empezamos a conversar de carros, un tema que nos fue llevando hasta aspectos más íntimos de la cotidianidad, desembocando en un relato a vuelo de pájaro de sus vidas; el licor y el ambiente festivo habían hecho su efecto.
Los hombres a los que llamaremos Johan y Antonio habían llegado desde el Valle del Cauca y de la costa caribe, sus historias eran muy semejantes, habían sido niños criados en el seno de familias campesinas con necesidades y que en un momento de su juventud alguien les había comentado sobre este rincón de Colombia, en el cual se movían diversas actividades económicas que podrían ser la salida para sus problemas monetarios.
Johan y Antonio hablaban de cómo habían manejado buses trayendo prostitutas desde el eje cafetero hasta el Guaviare, de los tiempos en que se movía el negocio de la hoja de coca del cual habían participado como raspadores; de asesinatos, paramilitares, guerrilla y de un sinfín de anécdotas que solo conocen las personas que se ven forzadas a vivir esta realidad de Colombia.
Con la confianza que me habían brindado les indagué más sobre sus días como raspachines, qué tal había sido el negocio, cómo pagaban y demás temas alrededor de la coca, ambos hablaban maravillas de cómo la plata se veía en esa época, de la opulencia que se llegó a tener y cómo todo esto desapareció parcialmente tras el acuerdo de paz, según ellos este fue un suceso que los había motivado a buscar otra actividad económica y a migrar de la región.
Acá fue donde dejaron ver una dinámica económica que me pareció tan intrigante como preocupante. Ambos empezaron a narrar cómo su vida como colonos había implicado establecerse en un territorio casi virgen para pelar el monte y llenar el suelo de coca y ganado. En épocas pasadas las FARC los tenían regulados y no podían extenderse más de lo que habían acordado, si quitaban un árbol debían explicar la razón y si cazaban algún animal también debían justificarlo.
Pero desde el 2016 este control se fue perdiendo, esto había creado una nueva oportunidad para muchos campesinos como ellos. Sin el poder que tenía la guerrilla, los lugareños que tenían un terreno pelado para x o y actividad lo vendían a personas que por lo general venían de afuera, sin tener un techo estos vendedores no migraban al casco urbano o compraban otra finca con mejores prestaciones, en cambio lo que veían era la oportunidad de adentrarse más en el monte para tumbar un terreno y conservar lo que más se pudiera del dinero con que les habían comprado la antigua propiedad y eventualmente repetir el ciclo.
Esto no es un fenómeno nuevo, ya el profesor y autoridad en temas agrarios Darío Fajardo había hablado de cómo los sectores más débiles del campesinado transfieren a muy bajos precios sus tierras a los nuevos terratenientes, ganando algo de dinero para eventualmente repetir el ciclo de tumbar monte y venderlo al mejor postor.
Lo que esto implica es una constante deforestación en territorios que se supone son protegidos, una ampliación de la frontera agrícola que pareciera ser algo ilógico en cierto punto, ¿si ya están ubicados en una zona de difícil acceso y con pocas oportunidades de mercado cuál sería la razón para adentrarse en un espacio donde es aún más complicado?
La razón, según pude entender y que explica el regreso a Mesetas de Johan y Antonio es que había nuevos grupos armados captando las antiguas rentas de las FARC, estos distintos actores no tenían el mismo poder de la guerrilla y quizá no percibían el ambiente como un medio clave para resguardarse o como un recurso importante para el planeta, lo que había generado un permiso para talar bosque de manera desproporcionada y amparada en la reactivación del mercado de la coca como se conocía.
Mientras escribía este texto las noticias informaban sobre la crítica situación que se está presentando en el Guaviare, donde grandes extensiones de bosque reserva están siendo taladas y quemadas, el paralelismo es sumamente evidente, quizá a otra escala, pero Mesetas y quién sabe cuántos rincones de Colombia estén pasando por la misma situación. El gobierno ha incumplido los acuerdos de paz, la guerra se ha recrudecido y los que pagan las consecuencias no son otros sino el campesinado relegado a estos confines y el medio ambiente.
Esta dramática situación que presenciamos en la actualidad se podría pensar que estaba prevista, cuando las FARC firmaron el acuerdo de paz, el gobierno y esta guerrilla dejaron claro el punto de la tierra, dándole la importancia que tiene como elemento clave para entender y acabar el conflicto (Meto, 2016), pero la realidad fue distinta. El gobierno no se manifestó en las regiones donde imperaba la guerrilla, la mayor demostración de Estado en estos territorios fue el pie de fuerza, sumado a esto el incumplimiento de los acuerdos y falta de estrategia fomentaron la conformación y consolidación de las disidencias, lo que dejó un panorama en que no se evidencia un cambio significativo para esas regiones. El Estado sigue sin aparecer y donde antes la guerrilla tenía control, ahora son varios los grupos armados que se disputan este poder.
Un elemento clave a tener en cuenta cuando se habla de la ausencia del poder de las FARC y de una serie de grupos que han llegado a ocupar este puesto es el aumento en la producción de cocaína. En el 2020, Colombia y el gobierno de Iván Duque celebraban haber sido uno de los gobiernos con mayor erradicación de cultivos ilícitos, pero sin resaltar que paralelamente la producción de cocaína se había incrementado, lo que expertos economistas han podido explicar de este fenómeno radica en lo que se ha hablado acá, sin el monopolio de las FARC, han llegado más actores a tecnificar y diversificar su producción haciendo ésta algo más competitivo y aprovechable (Pardo, 2021).
He de finalizar diciendo algo que muchos antes han proclamado y que es un hecho, pero que se ignora desde los gobiernos, las causas del conflicto en Colombia radican en la tierra. El día que exista un Estado que se comprometa con el agro, el campesinado y el medio ambiente de manera integral y sin beneficiar un pequeño porcentaje de la población, se podrá evidenciar un cambio en estos problemas ambientales y sociales, pero mientras tanto el panorama seguirá siendo el de bosques arrasados, violencia en el campo y el narcotráfico como actividad económica hegemónica.
*Los nombres utilizados en la columna fueron cambiados.
Referencias
Alcaldía de Mesetas. (2017). Nuestro Municipio. Mesetas: Alcaldía de Mesetas.
Instituto geográfico Agustín Codazzi. (2016). Mesetas uno de los municipios del Meta en que renacerá la paz. Bogotá: IGAC.
Meto, J. O. (2016). Resumen del acuerdo de paz. Revista de economía internacional, 319-337.
Pardo, D. (31 de agosto de 2021). ¿Por qué en Colombia se está produciendo más cocaína si hay menos cultivos de coca?. BBC.