Mientras usted un domingo por la tarde sale de baño al río, se toma un tinto o disfruta de una cerveza con sus amigos, ellos se juntan a jugar softbol en un parque. Ellos, una veintena de ciudadanos venezolanos que cruzaron para este lado, quizás por las mismas razones que lo han hecho muchos de sus compatriotas, se reúnen sin falta cada domingo por la tarde a jugar softbol en el «potrero», un parque ubicado en el municipio de Paz de Ariporo.
A eso de las 04:00 p.m., cuando la temperatura empieza a ser más condescendiente, la muchachada comienza a llegar. Unos acomodan las bases, otros reparten los elementos de juego. Un bate de aluminio, una pelota de cuero y varios guantes viejos, son los implementos que todos los «mamaguevos» allí presentes usarán durante las entradas que dure el partido.
Rompen sin duda con la rígida, sosa y a veces pasmosa cotidianidad de este municipio del norte de Casanare. Sé que para muchos transeúntes que son testigos de esta fisura de la realidad, aunque novedosa, de algún modo les es indiferente. No estoy seguro si es por el deporte en sí, que en Colombia, o por lo menos en los llanos orientales, tiene pocos adeptos, o por las personas que lo practican. Lo cierto es que para mí resultó toda una maravilla percatarme de aquel evento. Me recordó a esas películas donde los extranjeros se juntaban en el país foráneo para preservar su cultura y creencias.
No solo fue curioso aquel descubrimiento, también fue grato. Seguramente las condiciones de vida de esas personas que se reúnen a jugar no son las mejores. Es probable que aquel juego solo sea una puerta de escape a toda esa inmensidad de afugias que como inmigrantes enfrentan a diario, y que se cierra una vez se acaba el partido. Por eso, verlos disfrutar, gozar de esas dos o tres horas que dura el encuentro, me genera cierta alegría. Me parece increíble lo adaptable que es el ser humano, no importa lo hostil y escaso que sea el ambiente. Si existe, por remota que sea, alguna posibilidad de sobrevivir, él se adaptará.
Espero que no dejen de reunirse, y que cuando pase con mi bicicleta, los siga viendo allí. Estaría genial que de aquella rochela surgiera la idea de una liguilla, o por lo menos de un torneo con más equipos. También sería bueno, ya que no usan tapabocas, que guarden distancia entre sí. ¡El Covid mis «vales», el Covid!