Bajo el sol de la sabana, el vaquero anda sobre su caballo moro. Se pasa la lengua
por la boca y un pequeño pedazo se le desprende. No solo trae los labios partidos,
una futilidad en estas tierras, sino que lleva consigo la sed del viajero. A lo lejos,
divisa un pequeño morichal de largas palmeras y frondosos arbustos que rodean,
ansiosos, el pequeño ojo de agua. Acelera el paso mientras su caballo lanza un leve
relincho de felicidad. También lo ha visto…