Me siento frente al computador y comienzo a escribir. En el siguiente instante, cierro los ojos y la sensación se apodera de mí. Estoy presente, completamente presente. Mis dedos, como guiados por los dioses, teclean a su ritmo y yo me siento en un concierto privado de piano, en un conservatorio enorme y cómodo. El mundo no existe, desaparece por el arte de las palabras y yo cuento las historias en donde quisiera estar, remiendo los cuentos y los chismes que otros me contaron para volverlos sábanas nuevas a base de garabatos digitales. Diez minutos, veinte minutos, treinta minutos…