Un 7 de velitas en el pueblo

Bloguera: Laura Mora

Con la celebración del 7 de diciembre se dio oficialmente inicio a la temporada navideña 2025 y, con ella, empieza a asomarse también el 2026. Todas las regiones de Colombia compartimos muchas de las tradiciones navideñas. Usualmente las más importantes. Les confieso que escribir este blog me costó: me pregunté por largo rato qué tradición navideña es llanera y significativa al mismo tiempo, y no logré identificar una como exclusiva del llano. Creo que se vale, aunque el Llano es una región única y especial, sigue estando profundamente unida al centro y al resto de Colombia y con eso, claro que compartimos tradiciones navideñas.

Pensando y pensando, dos tradiciones me quedaron sonando fuerte: pintar los andenes y hacer el año viejo. Pues si bien no son exclusivas de los Llanos, los llaneros amamos estas costumbres. El 7 de diciembre no solo significa para mi familia en San Martín, Meta, prender velitas, sino reunirnos desde temprano en la casa de la abuela para pintar el andén con figuras navideñas y empezar a armar el año viejo: ese personaje de trapo, relleno de aserrín y con cara de icopor, que nos acompaña en la puerta de la casa hasta el 31, cuando se quema a medianoche como símbolo de dejar atrás lo malo y recibir el año nuevo renovados. Incluso después de que murió la abuela, sus hijos y nietos seguimos conservando esta bonita y familiar tradición.

Reunirse a pintar el andén mientras los pinceles se mueven al ritmo de Pastor López o Los 50 de Joselito es, para mí, una escena sagrada. Unos pintan; otros —los más pacientes— van cosiendo los pantalones viejos del tío Pedrito, la camisa acabada de la tía Sofía… porque aquí no hay moda por géneros: el año viejo se viste con prendas femeninas y masculinas al mismo tiempo. Una tía prepara la natilla y la casa comienza a llenarse de olor a coco o arequipe; si el tiempo alcanza, también huele a dulce de mora, para ponerle encima a la natilla. Los primos más proactivos —o más flojos para las manualidades— van por el aserrín con el que vamos a rellenar la ropa del año viejo. Y todos discutimos, entre risas y cháchara, a quién se va a parecer este año: ¿al presidente?, ¿al expresidente?, ¿a una modelo? Al final nunca queda muy parecido; más bien queda chistoso. La cabeza de icopor cubierta con trapo blanco apenas sirve para ponerle cejas y nariz con marcador negro, y una boca roja hecha con ese marcador escarlata que la abuela guardaba en su tarrito de esferos y chucherías.

Mientras tanto, las primas con más aptitud para el diseño están dibujando un Papá Noel en el andén. Medio raro, la verdad: ¿un Papá Noel en el Llano? ¡Con ese calor! ¿Un reno? Mejor pintamos un venado. Y si queda tiempo, también un muñeco de nieve. Ni en Canadá hay tanta creatividad, aunque estén más cerca del Polo Norte. Pero si de espíritu navideño se trata, va de polo a polo y pasa por los Llanos Orientales dejando todo su calor familiar.

A eso de las 7 p.m., ya de noche en el pueblito, hay que ir recogiendo todo, porque para esa hora ya deben estar listos el Papá Noel, el reno y el muñeco de nieve llanero. La tía grita que la natilla ya está y que, para rematar, compró buñuelos. Otros tíos van poniendo sillas en el andén —“¡pero no en la parte donde se pintan los muñecos!”, grita la tía Sofía—, sino a los laditos. Se suman más primos y tías con velitas de colores, mientras la tía Hilda dice: “Ya vamos terminando el año viejo, solo falta ponerle los guantes blancos con aserrín y pegarlos al brazo”. La tía Hilda se apura porque a las 8, con las velitas ya encendidas en el borde del andén, hay que empezar a bailar Pastor López con el año viejo, que este año se decidió que fuera “un político indeseable de la abuela”. Pero eso no importa: aunque la tía Hilda tampoco lo quiere, dice que el político-año-viejo es buen parejo para bailar.

Así transcurren los años. Quizá este relato les recuerde, a muchos que crecimos en pueblitos y ciudades llaneras, esos inicios de diciembre donde el año viejo y pintar los andenes también representaban momentos familiares especiales. Y para quienes no han vivido esta tradición, o para quienes pasamos el 7 de velitas o la Navidad lejos del llano, les dejo estas palabras. Ojalá, aunque sea por un instante, hayan podido viajar conmigo a un 7 de velitas en casa de la abuela: probar con la imaginación la natilla de arequipe con salsa de mora, un buñuelo calientico y la alegría de encender una velita por el 2026 en el borde del andén recién pintado. Mi abuelita ya no está, y yo tampoco estoy allá. Pero escribiendo viaje al andén de su casa donde ella estaba todavía viva y bailando.

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